Los perros de mis amigos


El perro es el mejor amigo del hombre, aunque muchos dudan que el hombre sea el mejor amigo del perro. Los filósofos argumentan que el hombre es un lobo para el hombre. Si todo perro tiene algo de lobo, quizá sea esa la vía de aproximación. De lobo a lobo, todos hermanos.

Cada vez que coincido con un amigo con hermano perro me hago una pregunta crucial: ¿entiende el can las palabras de su dueño? El dueño dice: «siéntate». La mitad de las veces el animal se sienta; la otra mitad, no. Es un bicho binario, digital, muy inteligente. El dueño -palabra patrimonial, escasamente fraterna- lo adiestra. Para que salude, diga sí bajando la cabeza, no con las orejas volando hacia los lados y mee y cague a las horas convenidas (por el dueño). Me reprochan que no les entiendo, ni a ellos ni al perro. Y tienen razón. Y yo mis razones.


De joven estuve en una comuna que había descubierto el 'ora et labora'. El 'ora' consistía en darle a la guitarra y a la voz espirituosamente quebrada hasta que amanecía. Cuando el sol daba las doce llegaba el 'labora'. En mi casa de acogida el 'labora' consistía en amasar barro hasta sacar de él un pocillo lo más jurásico posible. El progreso nos había pervertido y había que desintoxicarse.
No éramos muy creyentes, pero juro por Dios que yo rezaba el ángelus todas las mañanas con más devoción que el apóstol Gabriel. Le pedía un gesto de desamor, que cuando llegara al taller el perro guardián hubiera conseguido olvidarme. Sin yo hacer méritos, me había convertido en el amor de su vida. En cuanto me olisqueaba a kilómetros de distancia corría hacia mí como si yo fuera la esclava del señor. Y se me tiraba en plancha. El perro era un pastor, holandés, creo, por el acento; un dinosaurio, certifico, por los kilos. Su feroz presencia era vanidad de vanidades. Cualquier ladrón avispado le hubiera vencido como a los cerdos, durmiéndolo a besos.

Una amiga tiene un perro de similar y simulada ferocidad, pero no hay 'feeling': le gusta jugar al balón y, a pesar de la coyuntura histórica que estamos viviendo, sabe que yo no soy ni un clandestino Raúl.
Cuando ataca la gripe aviar de la soledad siempre hay quien te receta un perro. Para que dejes de ser alguien que no tiene ni un perro que le ladre. Una vez tuve uno y el problema era lo dicho al principio: la comunicación. Yo le decía: « guau, guau», que como todo el mundo sabe quiere decir «¿qué tal las vacaciones?». Y él me contestaba: « guau, guau», o sea, «la talla 38 me queda chachi». Lo decía con retintín, que eso es idioma común, y sin mirar a nadie. No eran maneras. Dejamos de compartir piso por incompatibilidad de caracteres. Y por si acaso, como él era socio de una asociación protectora, yo me mudé a un hotel. Las relaciones sentimentales siempre son difíciles. La próxima vez elegiré un centollo, que también es un ser vivo. Y absolutamente desprotegido. JULIA CIBRIÁN

3 comentarios:

Anónimo dijo...

EXCELENTE! UN BESO.

Leo | Calderas dijo...

me ha encantado este blog con los perros :)

Alex | Calderas ferroli dijo...

cara de inocente que tiene el perrito